El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain (1934)

 

Cora es una de esas mujeres que tratando de huir de su pasado se toparon de bruces con su presente. Se casó con Nick para tener un futuro mejor, escapar del pueblo que la vio nacer, de las noches en que no le quedó otra que prostituirse para conseguir algo de dinero. Y se encontró con una vida ligada a un restaurante de carretera, una jaula de la que no puede escapar. El negocio no va demasiado bien, y Nick es demasiado aficionado a la botella.

 

Hasta que un día llega el descarado Frank Chambers, un buscavidas que se pasa los días recorriendo el país. Tiene los pies inquietos y busca la trampa siempre que puede. La presentación de su personaje ya es esclarecedora: tras pedir un abundante desayuno en el restaurante de Nick le dice que no podrá pagarle a no ser que aparezca un supuesto amigo con el que ha quedado allí. Está claro que no tiene un duro y que no tiene intención de pagar el desayuno. Sin embargo, Nick ve en él la oportunidad de mejorar su negocio: necesita un mecánico y alguien que atienda la gasolinera que tienen junto al restaurante, y prácticamente le suplica que se quede. Frank no está muy convencido… hasta que ve a Cora.

 

Desde el momento en que sus miradas se cruzan por primera vez, la chispa se enciende. Entre ambos surgirá una relación de sexo desenfrenado y violento que les hará ser adictos el uno al otro. Frank la desea ardientemente, y Cora ve en él la oportunidad de escapar de su vida. Y no se les ocurre mejor modo para escapar que liquidar a Nick. Ella no puede fugarse sin más, está casada, y sabe que Nick irá tras ella hasta recuperarla. Y no es para menos: a lo largo de toda la novela hay varios momentos en que nos indican que Cora es la clase de mujer por la que matarías para poder conseguirla.

 

Desde ese momento, se introducen en una vorágine de traición, violencia, pasión, miedo. Estarán atados el uno al otro, pero hay que tener en cuenta que Cora y Frank son dos personas terriblemente egoístas. Se aman y se desean, pero por encima de todo se aman a sí mismos. Cora quiere ser alguien en la vida, es una persona muy trabajadora que quiere amasar una fortuna aunque sea a base de fregar platos y servir comidas. A Frank le queman el dinero en las manos y la suela de los zapatos en el suelo, se pasa la vida escapando de sí mismo quizá por miedo a que alguien le haga lo mismo que él le hace a todo el mundo: dejarlos tirados.

 

La novela no es perfecta. Es apresurada, es atropellada, y en ocasiones no entiendes muy bien dónde está la prisa, ya que desarrolla una trama enrevesada y compleja en tan solo 146 páginas. Es una de esas novelas donde más es menos, donde es tan importante lo que no te dicen como lo que te dicen, donde los silencios juegan un papel muy importante.

 

A pesar de los fallos, la historia es brillante. Hasta donde he podido averiguar, es la primera novela del momento del boom del hard-boiled en EEUU en que gente de a pie planea cometer un asesinato. Hasta ese momento, tenemos delincuentes, asesinos, gangsters, policías, detectives… todos ellos involucrados en distintas tramas de asesinato, de robo, de estafa, pero todos ellos son gentes que se relacionan en su día a día con el crimen en sus diferentes formatos. Sin embargo James M. Cain da una vuelta de tuerca a la historia y decide que sea gente corriente la que lleve a cabo ese asesinato. Busca analizar las motivaciones, los impulsos asesinos, el sentimiento de culpa de personas que nunca han arrebatado la vida a alguien.

 

A pesar de la corta extensión de la novela, introduce varios elementos de denuncia social. En primer lugar el tema del racismo: supuestamente Cora tiene aspecto de mexicana pero es algo que le preocupa y que rechaza rápidamente. Está casada con un griego, pero ella defiende que es norteamericana, su lugar de nacimiento y su apellido. Como si ser inmigrante implicase ser menos válida. En segundo lugar una crítica mordaz a las aseguradoras, que debido al auge de los seguros en aquella época eran capaces de cambiar el rumbo de un juicio con tal de no pagar una indemnización. Los acuerdos que se hacían a puerta cerrada podían implicar que un acusado terminase en la cámara de gas, fuese culpable o no. En tercer lugar la hipocresía de la Iglesia, un supuesto lugar de perdón y redención, con una magnífica escena de un entierro que curiosamente no aparece en las versiones cinematográficas (os daría más detalles, pero supondría un enorme spoiler para quien no haya leído la novela).

 

 

 

Acerca de las adaptaciones a la gran pantalla, las dos más populares son las estadounidenses. La primera en 1946 dirigida por Tay Garnett con guión de Harry Ruskin y Niven Busch. Como protagonistas, Lana Turner y John Garfield encarnando a nuestros a Cora y Frank. Aunque la relación no es tan pasional como en la novela (la censura mandaba), las escenas en las que se comenten un crimen prosiguen con el espíritu de la novela de que menos es más. Un grito, una mano, un pie, una cara inundada de horror. Pequeñas pinceladas para indicar algo que no necesita más: algo ha sucedido y entendemos perfectamente el qué. El personaje de Cora y su afán de ser alguien en la vida inundan toda la pantalla con una Lana Turner fregando los platos vestida de blanco impoluto.

 

La segunda en 1981 dirigida por Bob Rafelson con guión de David Mamet y como protagonistas a Jack Nicholson y Jessica Lange. Mítica por sus tórridas escenas de sexo, que han pasado a la historia como unas de las más eróticas. En este punto, es más fiel a la novela, porque aunque en el libro no tenemos detalles de los momentos de sexo, sí que tenemos a una Cora que le suplica a Frank que le arranque la ropa sugiriendo cómo de violenta era esa relación. La parte en que se desarrolla el juicio creo que se entiende mucho mejor en esta versión, pero una supresión de parte del final de la historia creo que la deja muy coja.

 

En cualquier caso, ambas son increíblemente fieles, con muy pocos cambios o supresiones. También es cierto que la corta extensión de la novela ayuda a ello.

 

Como adaptaciones curiosas, tenemos algunas de nacionalidades un tanto novedosas:

 

– La primera adaptación de todas se realizó en Francia, Le dernier tournant, en 1939 dirigida por Pierre Chenal y con una estructura también muy fiel a la novela.

 

– Tenemos versión italiana dirigida nada menos que por Luchino Visconti bajo el título de Ossessione en 1943. Fue su estreno como director, y aunque la versión es buena, no es tan fiel como las anteriores. Se eliminó el tono constante de intriga y thriller para convertirlo más en una historia de amor. Aún así, estamos en la Italia de Mussolini y la cinta sufrió una censura muy severa, siendo tachada de inmoral, retirándose de las pantallas italianas, y destruyéndose todas las copias que se localizaron. Afortunadamente, Visconti conservó una copia que volvió a la luz tras la guerra. Aunque en la película no se tratan temas abiertamente relacionados con la guerra sí que se aprecia un cierto aire opresivo en el ambiente.

 

– Desde Hungría en 1998 nos llega Szenvedély (Pasión) dirigida por György Fehér. Con grandes diferencias de las versiones norteamericanas, tanto en el argumento como en el ritmo, ya que en esta la acción transcurre mucho más lenta.

 

– Desde Malasia en 2004 tenemos Buai laju-laju dirigida por U-Wei Haji Saari, una película de bajo coste cuyas similitudes con las versiones norteamericanas parece ser que son pura casualidad.

 

Tantas adaptaciones y tan dispares suelen ser símbolo de que la historia que nos cuenta Cain en la novela es digna de ser revisada una y otra vez. No siempre de forma afortunada, pero por no intentarlo que no sea.

 

 

Título: El cartero siempre llama dos veces (The postman always rings twice)
Autor: James M. Cain
Traductor: Federico López Cruz.
Editorial: Serie Negra – RBA (2010)
Año de publicación: 1934.
ISBN: 9788498677706.
Páginas: 144
Precio: 14,25€
Ficha del libro en Serie Negra: http://www.serienegra.es/articulo/novelas/clasicos_novela_negra/1147/cartero_siempre_llama_dos_veces.html

 

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