Lo que dicen los dioses, de Alberto Ávila Salazar (2015)

Madrid. Tras el fin de la Guerra Civil. Rosendo Márquez Galindo comienza a desatar una pasión oscura y oculta en su ser: su excitación sexual tan solo va de la mano de niñas entre seis y diez años. Es uno de los pocos del barrio que se libró de ir a la guerra debido a una curiosa malformación que le impedía disparar: tan solo tenía tres dedos en cada mano. Ese defecto no le impide manejar un cuchillo y convertirse en carnicero. De hecho se convierte en uno tan bueno que es conocido por ello en el barrio, lo suficiente para que todos confíen en él. Incluidos los niños. Así, no le resultará difícil ganarse la confianza de cinco niñas de su barrio para terminar desollándolas y descarnándolas, y así satisfacer sus impulsos asesinos. Dejará los restos óseos de las niñas en la carnicería y huirá a Sudamérica.

 

Madrid. 1954. Primavera. Serena Conti pasea por la calle Héroes del 10 de Agosto cuando, al llegar hasta el paseo de Calvo Sotelo, se siente repentinamente enferma. Un par de páginas atrás nos informan de que Serena es médium. Desde que enviudó joven, su marido comenzó a comunicarse con ella desde el más allá y fue el momento en que desarrolló sus capacidades extrasensoriales. Su fama alcanzó cotas tan altas que hasta la esposa del Caudillo quiso conocerla. Esa mañana de primavera su malestar proviene de visualizar una aparición: cuatro o cinco chicas muy jóvenes vestidas de novia. Avisará a su amigo el policía Roberto Iribar, con el que colabora desde hace años, y encontrarán los restos de las cinco niñas que Rosendo Márquez Galindo había abandonado en su carnicería.

 

Madrid. Verano de 1975. Mariana es una periodista que trabaja en una revista de casos paranormales y acaba llegando por azares del destino al caso de los cuerpos de las niñas aparecidas 20 años atrás. Su interés se centra especialmente en Serena, pero debido a que ha fallecido ya, deberá lidiar con el policía Roberto Iribar, un anciano en silla de ruedas, maniático y ruidoso que parece haber perdido la cordura.

 

Estas son las tres tramas que desarrolla Alberto Ávila Salazar en Lo que dicen los dioses. Y aunque de entrada el planteamiento así narrado resulta tentador, en la práctica no lo es tanto. Argumento con importantes problemas de verosimilitud, texto falto de riqueza narrativa, historia precipitada en unos puntos y lenta en otros y falta de organización en cuanto a escenarios y situaciones temporales. Vamos punto por punto:

 

  • El grueso de la historia se desarrolla en Madrid, en un Madrid de diferentes años y diferentes épocas. Todos conocemos novelas que se sirven de una ciudad como recurso para ayudar al lector a situarse geográficamente y para introducirla como un personaje más, darle carisma, otorgarle alma. Es un recurso que en esta ocasión se ha desaprovechado y que bien llevado funciona muy bien: proporcionarnos pinceladas sobre el tipo de comercios que había en uno y otro momento, descripciones del empedrado o asfaltado, el tipo de coches que transitaban las carreteras. De ese modo además ayudas al lector a situarse de manera temporal y espacial en los diferentes saltos de tiempo que tiene la trama. Pero por desgracia, en este libro esta herramienta se convierte tan solo en una enumeración de calles y recorridos por la ciudad que no dudo que pueda ser del gusto de los habitantes de Madrid, pero que a los de fuera no nos resulta de ayuda. Por ejemplo, la Plaza de Cibeles. Es cierto que todos hemos visto imágenes de la fuente, pero hasta que no te plantas frente a ella no eres consciente del pequeño tamaño que tiene la estatua, del tráfico que circunda la plaza, de que siempre hay un turista fotografiando a la diosa. Ese tipo de aspectos que te ayudan a hacerte una imagen mental del ambiente de un lugar que nunca has visitado y que considero que el autor podría haber exprimido muchísimo más.

 

  • Mariana tenía pensado ir hacia allí y después pasear por las callejuelas de Justicia, de Conde Duque o de Latina. Tal vez llegar a la zona de Callao, siempre atestada de gente, o quizá deambular por la zona del Ateneo o las plazas de la Marina Española o la del Conde Barajas. Aquel era su Madrid preferido, pero al final salieron a la plaza de la Independencia y subieron Alcalá en dirección a Goya, allí cruzaron la calle y pasaron por la calle Lagasca.
    Los diferentes momentos históricos en que transcurre la novela bien podrían haber sido otra herramienta más, sin embargo me quedo con la sensación de que es tan solo un medio para que algunos personajes no puedan interactuar entre sí por la distancia temporal. Al utilizar esos saltos en el tiempo debes ayudar al lector, guiarle acerca de en qué momento se sitúa cada acontecimiento. Quizá narrando cada hilo argumental en un capítulo diferenciado, o introduciendo elementos descriptivos que te ayuden a saber dónde estás. En esta novela, los saltos temporales se suceden de un párrafo al siguiente. Y es un elemento que funciona cuando se trata de diferentes escenarios geográficos, pero no tanto con saltos temporales. Quizá el problema fue mío, pero llegué a un punto en que no tenía claro si la trama transcurría en 2015, en 1950 o en 1900. Imagino que la intención fuese la de aportar agilidad al texto, pero más que eso opino que se ha conseguido transmitir sensación de falta estructural.

 

  • La organización de la novela creo que presenta varios problemas, probablemente por falta de un mayor trabajo previo. Comprendo que no todos los escritores tengan la misma capacidad de crear un esquema de lo que van a reflejar en su obra, de estructurar el texto que van a contar por capítulos, de perfilar a los personajes que van a aparecer. Está claro que siempre surgirán improvisaciones y que mientras se escribe cada página pueden aparecer ideas nuevas o desarrollarse diversas subtramas más que otras. Pero en ese caso es fundamental volver atrás e hilvanar bien todo lo que haya podido desviarse de ese guión original, que la trama tenga coherencia y una consecución de pasos que resulte coherente al lector. Sin embargo, aunque en Lo que dicen los dioses no es que haya desconexiones entre una página y la siguiente, sí que hay escenas atropelladas, diálogos poco desarrollados que te dejan con la sensación de que han sido introducidos solo para justificar algo que sucederá pocas líneas después.

 

«- Te conozco, Serena. Estás trastornada por algo. Ya sabes que no creo en ti, así que no me da miedo lo que me puedas decir. Creo que eres una persona con una sensibilidad especial, desde luego, pero no te creo con poderes paranormales, ¿vale? Puedes decirme lo que quieras.

– Si no crees en mí, entonces no te importará que no te lo diga, ¿no?

– Prefiero que lo hagas.

– Me he sentido mal al verte.

– ¿Como si me fuera a morir?

– Esa impresión es la que me dio al principio, pero no. Creo más bien que será alguien cercano a ti.Roberto pensó en su madre.

(Y dos párrafos después, su madre muere)»

 

  • La narrativa está falta de riqueza y los textos son demasiado planos. En este libro la presencia de lo sobrenatural es muy importante para la trama. Fantasmas, escalofríos, sensación de miedo, apariciones, ruidos del más allá. Creo que uno de los puntos fuertes de este tipo de novelas es que por el tipo de historia que te está contando, el lector no debe ser capaz de separarse de las páginas del libro. Al pasar las páginas debes sentir el pánico y la angustia de los protagonistas, su miedo. Pero el relato va tan directo al grano, la prosa está tan poco trabajada, que aunque consiga que te involucres en la narración los textos en sí te dejan frío, no consigue transmitir emoción o sentimiento, se convierte en una enumeración de acontecimientos.

 

«Si mueres y tienes la mala suerte de convertirte en un fantasma, la peor consecuencia que vas a sufrir es la despersonalización. Con el paso del tiempo cuesta más mantener una naturaleza coherente, la manera de ser del fallecido se va diluyendo como el recuerdo de un sueño a lo largo de la mañana. La pérdida más dramática que sufre un fantasma no es la vida, sino su propio ser. Nuestro carácter está formado por pequeños vicios y manías que pierden sentido cuando no estás vivo.»

 

  • La verosimilitud de la historia. Debemos partir de lo arriesgada de la elección de la trama por parte del autor. Quizá demasiado. Pero existen medios y recursos para introducir elementos sobrenaturales en una novela y que el autor salga airoso. Ahí tenemos a John Connolly para demostrarlo. Hay que ser cuidadoso, buscar formas y maneras de introducir ese tipo de factores de manera que el lector no sienta que la historia se le va de las manos. La trama debe ser sólida, el argumento coherente y debes transmitir al lector que sabes dónde te has metido y que confías en tu argumento. Se introducen demasiados párrafos intercalados a modo de texto ensayístico para explicarnos cómo es la realidad de los espíritus que aparecen en el libro y que así todo tenga coherencia. Ese tipo de introducciones en esta novela considero que solo entorpecen la fluidez de la lectura, creo que habría sido mucho más útil que a través de descripciones o diálogos des por sentado que en ese mundo que tú has creado lo que estás contando es así. Él proporciona las reglas, y debe dar las herramientas suficientes al lector para que se introduzca en ese universo y no dude de él. Sin embargo, a Ávila Salazar le ha faltado solidez en la escritura, y todas esas interrupciones para aclarar lo que está pasando logran que el lector desconecte de la narración. Incluso he llegado a tener la sensación de que la introducción de los elementos sobrenaturales ha sido premeditada para poder salir del paso en todos esos puntos en que no sabía cómo continuar, transmitiendo esa sensación de que como son sucesos inexplicables cualquier cosa puede suceder. Es muy sencillo: si yo me invento una historieta paranormal, me tendré que esforzar en que sea creíble, ¿no? Ya de por sí no es racional que vea un ovni o un fantasma, como para que encima ponga más inconvenientes a su verosimilitud.

 

Lo que dicen los dioses es una novela a la que le faltan bastantes páginas para construir algo sólido, pero personalmente he agradecido que no las tenga. 220 páginas pueden llegar a hacerse largas en ocasiones. Es una novela a la que le faltan horas y horas de corrección y una base sólida en la que asentarse. El autor debió trabajar más los textos y la riqueza narrativa, tratar de aportar más sentimiento y coherencia a la historia. Él es en gran parte culpable de que este libro esté inconcluso, pero considero que son más culpables aún los editores por no haber sabido guiar al autor, proporcionarle las herramientas y encaminarle para lograr un texto más redondo. Hasta tal punto falta ese trabajo que hay bastantes erratas en el producto final, y eso es algo que los buenos lectores consideran un error imperdonable. Por todo ello, ha resultado una lectura muy decepcionante.

 

Título: Lo que dicen los dioses.
Autor: Alberto Ávila Salazar.
Editorial: Versátil (2015)
ISBN: 9788494358234.
Páginas: 224.
Precio: 16 €.
Ficha del libro en Versátil: http://www.ed-versatil.com/web/tienda/lo-que-dicen-los-dioses/

 

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