«También sucede por el día, pero esta vez es por la noche.»
Así arranca la noche infinita en la que nos sumerge Las tierras arrasadas, de Emiliano Monge. Unas pocas horas en el transcurso de un día que cambiará el destino de sus protagonistas para siempre. Una noche oscura, unos focos reflectores. Un miedo atroz. Unos captores que atrapan a unos migrantes en tierras de México, en su diáspora camino de un nuevo mundo, más al norte, con más oportunidades. Provienen de distintos lugares del sur, y tan solo buscan un hueco por el que colarse en EEUU para tratar de empezar una nueva vida. Sin embargo, hay personas encargadas de arrebatarles sus sueños.
La acción se desarrolla alternando las voces de Epitafio y de Estela. Ahora él, ahora ella. Como un partido de tenis, uno le devuelve la pelota a otro, y mientras los migrantes mueren y son torturados a su alrededor, ellos tan solo suspiran por escuchar la voz del otro, por recibir una señal que les indique que es amor lo que el otro siente. Como si de una macabra novela de amor se tratase, viviremos el horror de las personas apresadas mientras el autor nos obliga a empatizar con la historia de amor de Epitafio y de Estela.
La voz que otorga el narrador omnisciente a los apresados es escasa, casi un susurro, tan solo unas líneas en letra cursiva que nos describen con pocas palabras las torturas y el horror al que están siendo sometidos. [Nos amarraron y aventaron allí adentro… con cordones de zapatos en los pies… con cordones de cargadores de celulares en las manos… en las bocas nuestros propios calcetines.] Sin esas voces tan solo leeríamos una novela sobre unos captores, pero esas voces susurrantes nos obligan a mirar debajo de la alfombra y descubrir el horror de lo que está sucediendo. [A dos de las mujeres las violaban diario. Parecían de trapo, las mujeres, a las que ellos violaban. Y las mujercitas esas, a las que violaban una y otra vez y a cualquier hora, a mí me recordaban a mi hija.] Quizá lo más devastador sea que se trate de seres anónimos, de gentes sin alma, sin voz. [Cada vez que nos quedábamos calmados volvía el ruido… y ya sabíamos que el ruido no era bueno… el silencio duraba como mucho treinta minutos… o cuarenta… nunca una hora… por eso yo pensaba que sería mejor no escuchar nada… quedarse sordo.] Tan solo un número más. [Cuando volvió todo a empezar, la verdad, sí me puse a llorar… yo tengo dos hijos, estaba haciendo el viaje porque no tengo dinero… porque no tengo oportunidades… por esto estaba haciendo el viaje… y Dios me estaba haciendo a mí esto… lo odié y odié a mis padres y a la tierra.] Tan solo un muerto más.
Creo que es imposible leer esta novela desde los ojos de un europeo y no volver los ojos hacia Siria. Personas que dejan de serlo para ser tan solo un cadáver en la playa, un ahogado en medio del Mediterráneo, un ente anónimo que como crueles espectadores dejamos morir. Dejan de ser personas para convertirse en una multitud ruidosa y molesta para la que no hay sitio. Son tan solo seres sin nombre, sin pareja ni hijos, sin madre ni padre, sin amigos, sin trabajo, sin vecinos, sin conocidos. Entes que creemos que nadie echará de menos, como si no pudiese pasarnos lo mismo a nosotros.

Somos muy pocos los que, en apariencia, tenemos un lugar en el mundo. Una cama caliente y un plato de comida de manera continuada. Son muchos más los que no tienen otro remedio que tratar de encontrar un hueco. Pero quedaros todos tranquilos: para solucionarlo hay montones de Epitafios y de Estelas, de Mausoleos, de Sepelios, de Cementerias, de Osarios, de Nichos (sí, estos son algunos de los nombres propios de los torturadores). Personas que sí tienen una identidad propia, que no son uno más de una multitud destinada a morir atravesando una frontera, y que como sus propios nombres nos indican tienen un lugar reservado a esas personas sin identidad.
Resulta aterrador pensar con qué facilidad sumamos un número más a la estadística sin pararnos a pensar en lo que esa persona ha significado para aquellos que la rodeaban. Un refugiado más, un inmigrante más, una mujer asesinada más, un niño huérfano más. Personas que pierden su individualidad para sumarse a un colectivo, para perderse así en la lista de los desaparecidos del año tal.
Las tierras arrasadas es todo esto y mucho más. Es violencia, es tortura, es violación, es miedo, es amor. Emiliano Monge consigue, a pesar de la historia de amor de Epitafio y Estela, de la voz que les otorga a ellos, de que conozcamos cómo piensan y cómo sienten, que tan solo podamos pensar en aquellos que no tienen voz. Los que van en la parte de atrás del camión, los que se arremolinan tratando de darse ánimos, los que son devorados por los gatos y las aves. Quizá porque en el fondo sabemos que es más probable que terminemos siendo los torturados antes que los torturadores.
La novela de Monge no me ha resultado sencilla. No tiene una prosa en exceso complicada, pero supone un reto para el lector. Las tierras arrasadas es un libro del que es imposible salir indemne, que te deja tocado, que te remueve por dentro. Por desgracia, es un libro necesario, y seguirá siendo necesario durante mucho tiempo. Durante la lectura no he podido dejar de pensar en el Holocausto de la II Guerra Mundial, en toda esa gente hacinada muriendo mientras el resto seguían con sus vidas. La historia no ha cambiado tanto, quizá tan solo en que ahora tenemos más información. Y para lo que nos sirve, casi mejor vivir con una venda sobre los ojos.
Título: Las tierras arrasadas.
Autor: Emiliano Monge
Editorial: Literatura Random House (2015)
ISBN: 9786073132435
Páginas: 352.
Precio: 18€.
Ficha del libro en Literatura Random House:
https://www.megustaleer.com/libros/las-tierras-arrasadas-mapa-de-las-lenguas/MES-072081
No conocía este libro. Habrá que elegir bien el momento para leerlo, porque es de los que van a doler.
Besotes!!!
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Hola, no conocía tu blog, pero desde ahora ya tienes una nueva seguidora.
Llevo tiempo sin leer novela negra así que me lo apunto.
Gracias por la reseña. 😀
Si te apetece conocer mi blog te espero en: Bibliotecaria recomienda…
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