Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y supranacional, de donde tuve que huir como un criminal antes de que fuese degradada a la condición de ciudad de provincia alemana. En la lengua en que la había escrito y en la tierra en que mis libros se habían granjeado la amistad de millones de lectores, mi obra literaria fue reducida a cenizas. De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas.
Cuando la historia, la vida o el azar, dan con tus huesos en un lugar al que no perteneces, y no tienes opción de regresar al sitio de donde procedes porque ya no existe, eres un nómada. No importa cuánto te establezcas en un punto fijo. Nunca será tu hogar. Anhelarás el empedrado de tu ciudad de por vida, el sonido de los coches por sus calles, el olor a lluvia de una tarde de tormenta, el color de los edificios, la luz del sol. No te brindarán la oportunidad de volver a vivir esos momentos, y la certeza de saber que jamás podrás regresar, pesará sobre tu alma como una losa.
Comprender ese sentimiento resulta complejo. A ninguno de nosotros nos han privado de la posibilidad de regresar a nuestros hogares. Por muy lejos que nos vayamos sabemos que seguirán ahí, más o menos imperturbables. Quizá ahí reside la genialidad de Stefan Zweig: adiós a Europa. Y no esperéis como recurso grandes discursos ni frases solemnes (aunque las hay) o alardes visuales a la hora de mostrarnos el mundo (que también los hay). Esta película no va de eso.
Si tuviese que describir esta cinta en una sola palabra sería contención. Cuando te enfrentas a una situación como la que le tocó vivir a Zweig tienes distintas opciones. Una de ellas es la de utilizar ese sentimiento como reclamo político y tratar de defender tus ideales y los de los tuyos con vehemencia. La otra, más prudente para unos — más cobarde para otros —, es la de tratar de convertir la extrañeza en normalidad y sobrellevar tu vida lo mejor posible. Está claro que al no querer ver la realidad esta no desaparece, pero suele resultar más llevadera.
En Stefan Zweig: adiós a Europa encontramos a un hombre desolado. Un ser ambulante, un errante, sin casa ni destino, que vaga por el nuevo mundo mientras sueña con el viejo. Que trata de aferrarse a una nueva vida, una vida llena del colorido de Brasil, y hacerla suya. Pero la sombra del nazismo es tan larga que llegó a cubrirlo todo: las conversaciones, las personas, el presente y el futuro. Como afirma en uno de los momentos en que conversa con su primera mujer, Friderike (uno de los momentos más brillantes de la cinta) lo único que quiere es ir a vivir al campo, dejar atrás Europa, la desolación y la muerte que están acabando con ella. No contestar a sus cartas, no hacer más favores, no mendigar visados para gente que nunca llegó a importarle tanto.
La historia está distribuida en seis escenas, simulando más una obra de teatro que una obra cinematográfica. Independientes pero interconectadas, con saltos en el tiempo y sin una continuidad aparente entre ellas. Pero la hay. En esas seis escenas brillan de manera esplendorosa los planos medidos al milímetro. La posición de la cámara no es accidental, y nos regala un plano secuencia inaugural y otro de clausura tan brillantes que no llegas a percibirlos. Los actores ocupan el lugar que deben, en ocasiones a millas de distancia compartiendo salón, y otras veces en distintos mundos debido a la falta de comprensión de la posición del otro.

Los diálogos resultan extraños al espectador acostumbrado a las historias lineales y sencillas, a aquellas que nos dan todo masticado para que no tengamos que realizar ningún ejercicio compositivo durante el visionado. Sin embargo la contención de la que os hablaba llevada a cabo por Joserf Hader en el papel del escritor, hacen el resto. Os aseguro que la que esto escribe se pasó las dos horas con un tremendo nudo en la garganta, y todo ello sin una sola frase emotiva ni una sola nota musical que trate de arrancarte ese sentimiento. Todo lo hizo la mirada sostenida de Hader.
Quizá resulte extraño, pero me he quedado más con la sensación de que Zweig ha sido utilizado como una excusa en su propio biopic. Su mundo y el nuestro son muy parecidos (demasiado) en muchos aspectos. Y no tan solo por esa pérdida — literal — del mundo de donde surgió, sino también esa pérdida de identidad y de arraigo cada vez más extendida por cada una de nuestras casas.
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