Billie Holiday: la dama de la voz arrastrada (1915-1959)

«- Nunca has oído cantar a nadie tan lenta y cansinamente, ni arrastrar así la voz – respondió, pero no logró etiquetarme.

Siempre pensé que ése era el mejor cumplido que podían hacerme. Antes de que nadie pudiera compararme con otros cantantes, comparaban a otros conmigo.»

 

Eleonora Holiday nació un 7 de abril de 1915 en Baltimore. Una niña nacida de una niña. Su madre tenía tan solo 13 años cuando la trajo al mundo. Sus antepasados tampoco lo tuvieron fácil. Su bisabuela trabajaba como esclava en una plantación en Virginia. Allí, al fondo de la plantación, en una casita, tuvo dieciséis hijos con el amo, mientras su esposa e hijos blancos vivían en la mansión. De todos ellos, solo sobrevivió su abuelo. Elenora se crió con ella, su abuelo, su abuela, su prima Ida y los dos hijos pequeños de Ida. Malvivían como sardinas en lata, y su prima Ida le pegaba siempre que tenía ocasión mientras su padre salía de gira y su madre trabajaba en el norte como sirvienta.

 

Adoraba a su bisabuela y esta le contaba un montón de historias de su niñez y de la Biblia, pero su traumática muerte la marcó de por vida. Debido a una extraña enfermedad la buena mujer no podía tumbarse, de modo que dormía en una silla. Una noche, sin embargo, pidió a Eleonora que la tumbase, y con ella en brazos se durmieron. Al despertar, su bisabuela estaba muerta, rígida como un palo. Tanto, que tuvieron que romperle el brazo para liberarla.

 

A los diez, comenzó a trabajar cuidando bebés, haciendo recados y fregando peldaños de las entradas de las casas de Baltimore antes y después de ir a la escuela. Con una buena visión de negocio compró un cubo, cepillos, jabón y fue de casa en casa de los blancos pidiendo más dinero del que solían pagar por que les fregaran los suelos debido a que llevaba sus propias herramientas. Siempre que tenía ocasión, destinaba esos primeros ingresos en ir a un burdel que había en la esquina de su calle para poder escuchar música en la victrola de la mujer que lo regentaba. Allí podía escuchar a dos de sus primeras influencias: Bessie Smith y Louis Armstrong.

 

Los burdeles eran lugares muy especiales en aquellos años; mientras la segregación en la calle era una utopía, por las noches en estos lugares todos se relacionaban de manera natural. Una absurda hipocresía que Billie nunca pudo soportar y que la acompañó toda su vida.

 

Además de aquel prostíbulo, la pequeña Eleonora también solía visitar mucho el cine de Baltimore, deslizándose por la parte de atrás para no pagar entrada siempre que podía . Estaba loca por Billie Dove y no se perdía una sola de sus películas. Tanto trataba de imitarla, que adoptó su nombre y pasó a ser Billie Holiday.

 

«Fui feliz un tiempo. No podía durar.»

 

Por aquellos años su madre regentaba una casa de huéspedes. Una noche, cuando Billie tenía 10 años, uno de los huéspedes la engañó y la llevó a una habitación donde trató de violarla. Fue uno de los sucesos más traumáticos de su vida, hasta el punto de que condicionó por completo sus futuras relaciones. Al parecer, la policía consideró que la propia Billie tenía parte de culpa en lo sucedido debido a su avanzado desarrollo físico, y, mientras al señor Dick le caían a 5 años , a ella la recluyeron en una institución católica, donde sufrió todo tipo de penurias y castigos, como pasar una noche encerrada con el cadáver amortajado de una de las niñas.

 

La pequeña Billie rogó a su madre que la sacara de allí como fuese, o no lograría sobrevivir. Una vez libre, madre e hija acabaron reuniéndose en Nueva York. En cuanto la pequeña llegó, fue hospedada en una supuesta casa elegante, regentada por una tal Florence Williams, que resultó ser uno de los burdeles más importantes de Harlem. La madre aseguraba no saberlo, aunque Billie se dio cuenta enseguida; fue así como comenzó a prostituirse. Eran años difíciles para las mujeres, más aún para las de color. Si la policía te encontraba sola por la calle, podían arrestarte y acusarte de prostitución; si podías pagar, te soltaban; si no, acababas ante un tribunal y la cosa se reducía a la palabra de una negra contra la de un policía. Así fue como ficharon a Billie y la encerraron durante 4 meses en la prisión de Welfare Island, un lugar inmundo, inhumano, infestado de ratas y de mugre.

 

A su salida, estaba decidida a no volver a prostituirse, de modo que comenzó a trabajar en varios locales atendiendo mesas. Pero no bastaba para pagar el alquiler. Tras varios retrasos, la noche antes de que las desahuciaran, Billie recorrió todos los bares que encontró en su camino buscando trabajo de bailarina. Hizo una prueba En el Pod’s and Jerry’s, pero fue un completo desastre. Justo cuando estaban a punto de sacarla de allí a patadas, el pianista le preguntó si sabía cantar…. Y aunque llevaba toda la vida haciéndolo, jamás había pensado que pudiera ganarse la vida con ello.
Y cantó.
Y así fue como, cuando apenas tenía quince años, nació una estrella.

 

«Le pedí al pianista que tocara «Trav’lin’ All Alone», lo más cercano a mi estado de ánimo. Y en algún momento debió de calar hondo. Se acallaron todas las voces en el bar. Si a alguien se le hubiera caído un alfiler, habría sonado como una bomba. Cuando finalicé, todos aullaban y levantaban sus vasos de cerveza. Recogí treinta y ocho dólares del suelo. Antes de irme, al terminar la noche, dividí el botín con el pianista y me llevé cincuenta y siete pavos.»

 

En Lady sings the blues la propia Billie nos narra esa noche y muchísimo más. Una vida intensa y dolorosa. Empezó cobrando dieciocho dólares semanales, y aunque llegó a ganar centenares de miles de dólares, nunca tuvo un penique. En ocasiones porque los hombres con los que se relacionó se aprovecharon de ella; en otros momentos, debido su adicción a las drogas, que destrozaron su vida. Cuando comenzó a grabar discos, todos a su alrededor creían que ganaba una fortuna con ellos, pero tan solo cobró los 40 o 50 pavos que le dieron en el momento de la grabación; en aquel momento, los artistas aún no cobraban royalties, solo las sesiones, y era la discográfica quien se enriquecía con las ventas.

A pesar de su fama, sufrió la discriminación racial toda su vida, hasta el punto de obligarla a entrar en los locales en los que iba a actuar por la puerta de atrás: podía cantar para los blancos, pero no ser tratada como uno de ellos. Incluso llegó a ser discriminada por los suyos por no ser demasiado negra debido a su condición de mestiza. Fue recluida en la cárcel en más de una ocasión e internada para rehabilitarse dos veces. Una vez fichada por tenencia de drogas, el estigma la persiguió toda su vida, hasta el punto de que la vetaron en diversos locales de jazz en Nueva York; cualquier lugar en el que se sirviesen bebidas alcohólicas le fue vedado, y, en más de una ocasión, registraron su habitación de hotel buscando drogas que la incriminasen de nuevo.

 

El público, sin embargo, la adoraba. Llenaba locales, teatros y salas de conciertos para verla, para escucharla… Pero ella no se reconcilió del todo con la especie humana hasta su gira europea, en la que la trataron como la diva, la artista genial que era. Siempre fue consciente de su talento excepcional, por lo que siempre sufrió mucho por la gran cantidad de menosprecios que padeció. Incluso en el momento de su muerte, tuvo que padecer el arresto en la habitación de hospital donde murió como si fuese una vulgar delincuente.

 

 

Muchos de estos momentos los encontramos en el maravilloso cómic que acaba de editar Salamandra Graphic con motivo de la conmemoración del centenario de su nacimiento. Momentos, y también algunas de las personas que marcaron su vida. Muñoz y Sampayo se centran especialmente en su amistad con Lester Young, un saxofonista con el que tuvo una relación de amistad. De verdadera amistad. Fueron ellos mismos quienes se bautizaron el uno al otro con el nombre por el que pasarían a la posteridad: ella como Lady Day; él, como Pres. También nos muestran la discriminación que sufrió toda su vida; no importaba la fama que alguien de color pudiera llegar a alcanzar —en la música, en el deporte, en lo que fuera—: jamás estaría a la altura de un blanco.

 

El libro está dividido en dos partes. A lo largo de la primera, saltamos de un momento a otro de la vida de Billie usando como recurso narrativo una investigación periodística: la primera película en la que participó, en un papel de criada junto a Louis Armstrong; los arrestos por tenencia de drogas, el robo de su coche y de sus joyas o la muerte de su adorado Lester Young. La segunda, en cambio, nos regala unas magníficas láminas con instantáneas dibujadas de su vida. Flashes intensos. Bellísimos. Un volumen breve, pero con una tremenda, increíble fuerza visual que contrarresta su brevedad.

Y aunque tan solo se plasmen determinados momentos de la vida de la cantante a lo largo de sus páginas, que nadie tenga miedo a perderse, ya que, en una magnífica introducción, los autores nos resumen los hitos más destacados de su vida y nos ubican perfectamente, tanto en el tiempo de la historia, como en su espacio. Da igual que nunca hayáis escuchado una sola canción de Billie Holiday; que no sepáis quién fue; que jamás hayáis sido acariciados por su voz… Podéis —debéis— lanzaros de cabeza a por este cómic.
Os aseguro que, tras leerlo, lo haréis.

Título: Lady sings the blues.
Autor: Billie Holiday.
Traductor: Iris Menéndez
Editorial: Tusquets (Fábula) (1998)
Año de publicación: 1956.
ISBN: 9788483105801
Páginas:232
Precio: 8,95€

Título: Billie Holiday.
Autor: José Muñoz / Carlos Sampayo.
Editorial: Salamandra Graphic (2015)
ISBN: 9788416131198
Páginas: 80.
Precio: 19€

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Margari dice:

    No suelo leer cómics, pero muchas gracias por esta pedazo de reseña que me ha enseñado tanto de Billie Holiday.
    Besotes!!!

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